Cristina Bulacio - Doctora en filosofia
La violencia es el silencio de la palabra. Aparece cuando la palabra no alcanza, cuando no se puede decir o no se sabe cómo decir. Las leyes, la religión, la ética, la política -que construyen el lazo social y hacen posible la convivencia- son palabras antes de ser acciones. Pero no cualquier palabra, sino las que permiten dialogar, unirse en proyectos, crear leyes, hacer ciencia, filosofía, poesía o arte. Palabra verdadera es la que sostiene la democracia contra la dictadura; el respeto a los derechos humanos contra su avasallamiento; el reconocimiento a la libertad y la dignidad del hombre contra su esclavitud.
Pues bien, esa palabra verdadera enmudeció hace tiempo en nuestra sociedad y no nos dimos cuenta, hasta que la violencia llegó al umbral de nuestras casas. Tomó su lugar una palabra vacía, falsa, superficial, engañosa de una televisión pobrísima de ideas, de una educación deficiente, de una sociedad hipócrita, de gobernantes ausentes, de políticos que mienten mientras enriquecen, de leyes que no se cumplen. Se ha quebrado el lazo social y ello ha generado excluidos.
Ex-cluidos quiere decir estar fuera de. La violencia que vimos operar en nuestra ciudad fue obra de seres excluidos de la palabra y por tanto de la sociedad: la palabra de la justicia, de la educación, de los afectos, de los valores. Porque la palabra verdadera cuenta sobre modelos a imitar, leyes a cumplir, historias de esfuerzo y trabajo. A ellos nadie les contó cómo vivir, cómo dialogar, cómo ejercer sus derechos. No van a la escuela, no tienen acceso a la salud, no conocen las leyes, reciben dádivas que no sirven. A la cita bíblica No sólo de pan vive el hombre, agregamos: también vive de palabras.
Volverlos a la palabra es el camino de regreso a la sociedad y sólo la educación lo podrá hacer en las próximas generaciones.